Siglo XVI y XVII: Más vale ‘trigo’ en mano que ‘industria’ volando

O lo que es lo mismo, en aquella época era mucho más importante (pero mucho, mucho) tener acceso a la materia prima que a la industria. Por el sencillo motivo que los paños y los libros, por muy finos y de calidad que fueran, no se podían comer. Eso y que en el siglo XVI y XVII, con la pequeña Edad de Hielo en lo mejorcito de su época, asegurar las cosechas era una absoluta quimera. Así que, en aquellos durísimos dos siglos, en Europa, el que tenía cerca un campo de cereales tenía más probabilidades (no todas, pero sí más) de comer a diario que el que tuviera un telar.

Vaya por delante que es muy posible que esta afirmación se pueda rebatir con datos concretos, aunque lo más sencillo sería desecharla al no podernos desprender de la mentalidad actual. Una mentalidad donde el valor añadido generado por los productos transformados (es decir, la industria) da unos beneficios que marean, por ejemplo, a los agricultores (y a los consumidores, añado yo) que son los que se trabajan la materia prima. Pero eso es ahora, casi dos siglos después de la Revolución Industrial, que fue el punto de inflexión para poder producir alimentos a lo bestia (entre otras cosas).

Hasta mediados del siglo XVIII lo que se cultivaba eran básicamente cereales. Pocas plantas de raíz, entre las cuales la patata era muy rara (nos costó dios y ayuda que el resto de europeos se dieran cuenta del valor de la patata). El rendimiento productivo en general era muy bajo (una de las razones era que no había mucho ganado y se generaba poco estiércol) y las herramientas de trabajo eran muy básicas (el arado, el sembrado, la cosecha todo como muy manual porque tener animales no estaba al alcance de todo el mundo). Si a eso le sumas, que no lo podemos olvidar, un periodo de decenas de años de fríos o/y lluvias en exceso, lo más sencillo era que se echara a perder la cosecha. Así que el sistema productivo alimentario en Europa tenía, en general, la fiabilidad de una escopeta de feria (de las de antes).

Todo esto es para lanzar la idea general de que el país que pudiera asegurar sus materias primas (produciéndolas o/y importándolas) estaba en unas condiciones mejores de aguantar que aquellos que no pudieran asegurarlas. Obvio. Pero hay otra lectura. Las regiones que estaban más «industrializadas», basaban su industria en unas materias primas que no podían estar aseguradas. Con lo que la ausencia de la materia prima generaba un problemón que, en aquel siglo XVI y XVII, era muy difícil de gestionar (y menos con agilidad). No solo eso. La capacidad de aguante (resiliencia, le llaman ahora) de la industria ante este problema era bajísima.

El ejemplo claro lo tenemos en Amberes, joya de la corona española, que junto con Sevilla y Génova centralizaban el comercio de la Monarquía Hispánica. A principios del 1560, y después de decenas de años de comerciar a lo grande con las materias primas que venían de España (y América), es el puerto y la economía más pujante de todo el Norte de Europa. En 1568, Guillermo de Orange financia a los Mendigos del Mar que se dedican a bloquear el comercio de Amberes pirateando los barcos que llegaban ( para saber más del «patriota» de Orange y de ese episodio de nuestra historia… haz click aquí). En menos de dos años la economía de Amberes entra en recesión severa. Nunca volvería a alcanzar aquellos niveles que consiguió. Conclusión: La industria estaba muy, muy conectada a las materias primas. Si escaseaban éstas, la industria se detenía inmediatamente. Mala cosa.

Para la Monarquía Española era impensable mantener sus Estados cohesionados y en paz si no era capaz de asegurar razonablemente las materias primas (como cualquier otro país del entorno, solo que éstos no se repartían por cuatro continentes). Dado que el clima, con la Pequeña Edad de Hielo campando a sus anchas, hacía de la producción agrícola un ruleta rusa, la única opción viable era potenciar más el comercio interno y hacerlo más seguro (o lo que es lo mismo: más y mejores barcos y protegidos), buscando la exportación (y consiguiente importación) de materia prima excedente allí donde la hubiera (preferiblemente dentro de sus territorios). En estas condiciones mantener una unidad de mercado de los territorios de la Monarquía y sus aliados, era fundamental para facilitar ese comercio y hacerlo más ágil.

Así que aquellos que durante dos siglos quisieron entorpecer o poner en peligro, en unos momentos u otros, las vías de comunicación terrestres o marítimas de España, se convertían en una amenaza severa: el Turco e Inglaterra por mar y los Protestantes y los Franceses por tierra. Aún así con contrincantes tan significados, España consiguió mantener su liderazgo durante estos dos siglos realmente complejos. Y eso no es cuestión de suerte.

La industria, decíamos, era importante, pero tener en lo posible asegurada la materia prima allí donde fuera del Imperio, abrir y mantener vias comerciales fiables entre los territorios de la Monarquía y proteger la Unidad de Mercado (que daba sentido a todo el engranaje) era lo principal. Para muestra, Lepanto, que coincidió en el tiempo con la rebelión del cansino de Guillermo de Orange en la industriosa Flandes y a la que dejó de enviársele ayuda económica (el Duque de Alba tuvo que instaurar el diezmo) para derivarla a aquella batalla decisiva para asegurar el comercio por el Mediterráneo. Cuestión de prioridades.

Resumiendo: Materia Prima, Comercio y Unidad de Mercado. Y luego la industria, sí, pero luego, no primero.

El Camino Español

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