Con tanta gente y tanta policía había muchas zonas del centro de Luxemburgo donde no se podía acceder. Así que hemos aprovechado más primeras pedaladas para pasear por la ciudad que después de la noche de jarana amanece tranquila. Los equipos de limpieza y dos tipos en bici son los únicos que rompen la quietud de las calles. Además de las calles recorridas hemos visitado (por fuera) la catedral, la biblioteca nacional,… ambas de la Época Española y como casi todo lo de renombre en Luxemburgo. Hemos tenido que dejar para otra ocasión las Casamatas del Petrusse, los bastiones y otras muchas cosas… Que le vamos a hacer, el deber nos llama.
Quedan más de 100 km por delante y cosas nuevas por descubrir. Dejamos la leal Luxemburgo (fue la región de los países bajos del siglo XVI que se mantuvo fiel a Felipe II) y por zonas muy poco transitadas recorremos los kilómetros que nos separan de Bélgica.
Con frío. Con frío y con un cielo encapotado que no presagiaba nada bueno nos recibe Bélgica. Automáticamente empezamos a echar de menos el sol y el calor. Dios que mérito tenía ser soldado español en los Tercios de Flandes. Nos costó un rato adaptar las rodillas y el pedaleo. Tampoco mucho, que a esas alturas las piernas ya funcionaban mejor que 700 km atrás.
Algunos tramos de nacional, pocos, nos ponen en alerta y en modo defensa: LA, delante abriendo camino, y yo, al rebufo, pendiente de no chocar con su rueda y mirando al retrovisor para avisarle cuando vienen coches, camiones o lo que acontezca. No sabemos si es muy «ciclista» esta manera de proceder, pero no tenemos ganas de sorpresas desagradables.
El ritmo es vivo y Arlon aparece en el horizonte. No es fácil porque las estribaciones de las Ardenas han hecho aparición y la carretera se ondula. Lo que viene siendo una carretera rompepiernas que no permite descanso. La cosa no para de mejorar porque también aparece el viento que siempre nos da de cara. El reto es físico y mental.
En Arlon nos hacemos foto en la calle dedicada a Le Chemin des Español, que se ha convertido en un clásico de esta ruta. Luego al centro de población para recorrerlo, que siempre tiene su gracia, y una parada en una ‘boulangerie’ para sellar y dar buena cuenta de un delicioso croissant con una tarrina Nutella que he distraído del desayuno y que ayuda a recuperar algunas fuerzas.
Seguimos hasta Martelange, siguiente subetapa del día, sin muchas contemplaciones. La etapa es larga, el día frío, con viento y lo que apetece es llegar así que nos empleamos a fondo. Claro que a veces no salen las cosas como uno quiere. En Martelange tomamos una vía verde, lo que en Bélgica llaman Ravel, para acercarnos hasta Bastogne. La vía verde está un tanto olvidada por decirlo fino. Cierto es que no hay riesgo porque no hay coches, pero los matorrales están creciditos, las sendas que marcan el camino están un tanto descuidadas y eso dificulta algo el avance. Como estamos abordando la tercera parte de la etapa de las cuatro que tiene, los kilómetros se empiezan a hacer largos. Como no contemplamos otra opción pues seguimos pedaleando y mientras charlamos pasa el tiempo y se consume la distancia.
En un hotel que es también una piscifactoría de truchas al lado de un lago entre montañas (un lugar idílico y casi perdido de la mano de dios) paramos para pedir que por favor nos rellenaran los botellines. Lo hacen con agua fresquita. Cómo se agradecen los pequeños grandes detalles… A partir de ahí la vía verde está asfaltada y la llegada a Bastogne no se hace esperar. Aún queda la última parte, pero eso será después de comer, que a estas alturas el estómago me dice, sin contemplaciones, que si no se come no se pedalea. Fuerza mayor.
Y en comiendo se ven las cosas de otra manera. No solo eso, sale el sol. incluso tenemos tiempo de visitar la Iglesia de San Martín cuya impresionante torre es de la época española y en cuyo interior se puede encontrar, en una sección del techo dibujados, a Carlos I y a Isabel de Portugal. Con el estómago lleno, con el sol en la cara y contentos por el hallazgo continuamos para Roche-En-Ardenne. La euforia no tarda mucho en ser rebajada porque nos adentramos en las Ardenas y eso solo implica una cosa: desnivel. Gracias a dios son más las bajadas que las subidas y como la carretera está bien y hay muy poco tráfico en una hora y media recorremos los algo menos de 30 kilómetros que nos restan hasta Roche.
El alojamiento, en la Hostellerie La Claire Fontaine facilitado gracias a la colaboración de la Oficina de Turismo de Wallonia y Bélgica, es una maravilla. Está a las afueras de la población en una zona que es un remanso de paz y de descanso, entre montañas, al lado de un río, rodeado de silencio y de verdor. Paz para nuestras almas y descanso para nuestras piernas.
Nos recibe Jean-Louis, un derroche de atención y amabilidad, que después de la ducha de rigor nos sirve un aperitivo que tomamos en la terraza y que, por todo en general, nos sabe a gloria. Luego una cena preparada con todo el esmero, servida con toda la atención y comida con todo el deleite. Teníamos la intención de ir a la población a dar una vuelta, pero se estaba tan bien que la idea trocó en una charla pausada y agradable que se alargó más allá del café. Un recuerdo ya imborrable. Esto también es Camino Español.
El Camino Español
Nos hemos alojado en: Hostellerie La Claire Fontaine
Agradecimientos a: Oficina de Turismo de Wallonia y Bruselas