III – G30A – La Fase danesa o los «vikingos» al rescate

Entramos en el segundo cuarto del siglo XVII y las cosas por Alemania pintan oros para unos y bastos para otros. La batalla de Montaña Blanca y la Campaña del Palatinado había dejado como claro ganador a los católicos… y eso implicaba una posición de alto riesgo para los protestantes. En primer lugar a los protestantes alemanes, pero en general a todos, porque la corriente católica se estaba imponiendo en el plano militar (y también en el social donde reformas eclesiásticas del Concilio de Trento estaban reconduciendo la situación que inició la ruptura).

La cuestión es que la balanza estaba demasiado desequilibrada y alguien pensó que había que poner coto a los papistas. Y justamente él era lo suficientemente poderoso como para enfrentarse a la Liga Católica y así restablecer el equilibrio… o incluso decantar la balanza un poquito a su favor… ¿Quién? Un rey luterano convencido (si hubiera sido español sería un rey «intransigente» o «fanático» pero como es protestante diremos «convencido»…). Un tal Christian (el IV), rey de Dinamarca.

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¿Qué «echao palante», no? Tal vez penséis… Dinamarca, con lo pequeñita que es, contra todo un Imperio… La verdad es que aquella Dinamarca no era como la de ahora. Era Dinamarca, Noruega, Islandia y Groenlandia (… un patio de colegio bastante grande, ciertamente. Helado de castañas pero grande, grande) y con muchos herederos de los vikingos dispuestos a nivelar la balanza religiosa de nuevo… y, claro, sacar tajada en el proceso (dominio del Báltico, encauzar intereses dinásticos, consolidar su posición en ciertos territorios del SIRG…).

Eso sí, no estaban solos. Tenían soporte económico y humano para preparar la campaña: Las Provincias Unidas (esto es Holanda) e Inglaterra le aflojarían la mosca al danés por aquello de que eran de «familia» protestante y estaban interesados en mantener el equilibro… pero también les ayudaría por debajo de la mesa Francia, que con el Cardenal Richelieu al frente, iba a apoyar (lease, aflojar cantidades ingentes de dinero…) al rey danés para debilitar a los Austrias, españoles y alemanes (importándole una higa si eran católicos, protestantes o medio-pensionistas…)

Total, que Christian IV, se lía la manta a la cabeza y se mete en el patio del Emperador Fernando II por aquello de la religión. Corría el año de nuestro señor de 1625.

Además es el mismo Christian IV quien lidera la «cruzada protestante» (con dos c…). Fernando II se pone manos a la obra y contrarresta a los protestantes con la formación de un formidable ejército imperial. Nuevamente bajo el mando de T’serclaes, Conde Tilly,  y del noble bohemio Albrecht von Wallestein (otro que hay que recordar porque sale más adelante…).

… Por aquellas fechas, finalizada la Tregua de los Doce años en 1621, se había recrudecido la G80A. Una contienda que había mudado de ser un conflicto provocado por unos rebeldes contra su rey a «de facto» una guerra entre los Países Bajos Españoles (PBE) y las Provincias Unidas por dominar el mayor territorio posible sobre el que se asentaban.

Curiosamente, el serio zarandeo que España le había propinado a Inglaterra en la Guerra de las Armadas (1585-1604)  y que mermó considerablemente la capacidad marinera inglesa durante décadas, había facilitado que el comercio marítimo de las Provincias Unidas se extendiera rápidamente facilitando su desarrollo económico y en consecuencia, y dado su reducido tamaño, su independencia económica… de ahí que se sintieran con fuerzas para luchar contra los PBE.

Así que las cosas se tuercen rápidamente para el bueno de Christian… Las Provincias Unidas no tenían tanto dinero como para mantener dos frentes y optan por dedicar su hacienda a otros menesteres (básicamente, dar pomada a sus hermanos católicos y a los Tercios de Flandes que les defendían…). Los franceses, a los que les rebrota el problema religioso (que seguían sin resolver en condiciones desde hacía más de 70 años, que ya les vale…), también plegan velas. En Inglaterra la transición entre Jacobo I y Carlos I tampoco permitía muchas alharacas… así que los apoyos al protestante se diluyen como azucarillo en ‘relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor’ (…ánimos desde aquí a todos los que andamos con la cruz de aprender inglés…)

En España teníamos nuestro propio sambenito… pero por entonces las cosas iban con viento de cola pues el gran Spínola rendía, después de un durísimo asedio, la protestante Breda (englobada en la G80A) en 1625 y el poder militar español (y católico) era incontestable. Como lo de los daneses nos caía a desmano y estábamos liados con la harina de Flandes, las castañas danesas se las dejamos enteritas al Emperador para que él solito se las sacara del fuego… y vaya si lo hizo. En dos veces: Wallestein, al frente de mercenarios, derrotó al ejército danés en las batalla del puente de Dessau (abril 1626) y T’serclaes hizo lo propio en la batalla de Lutter (agosto 1626).

Y de nuevo los Católicos le endosaban otro 5-0 a los Protestantes. Otra manita «futbolística» como en la etapa Bohemia.

«Así no vamos a ninguna parte…» debieron pensar los herejes… El danés, con el rabo entre las piernas, firma lo que sea (Tratado de Lübeck en 1629) para intentar mantener a salvo su propio reino mientras se acordaba de que el tal Federico IV había perdido hasta la camisa por ponerse gallo con el Emperador.

Así que… dos etapas (la bohemia y la danesa) y once años de guerras devastadoras después… la situación no había cambiado mucho: Los católicos avasallando militarmente a los protestantes y éstos palpándose mientras iban adivinando lo que se les venía encima… al menos de momento…

Siguiente entrega: ¡¡Los suecos no se hacen los suecos!!

El Camino Español

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