El Compromiso de Breda: Cuando las cosas vienen torcidas, no hay «Duque de Alba» que enderece nada

Y eso es lo que empezó a ocurrir con el Compromiso de los Nobles, también llamado el Compromiso de Breda, firmado el  2 de abril de 1566. Visto con la distancia que dan cuatro siglos, no parecía que la cosa fuera para tanto. Claro que el concepto religión de ahora y de antes son absolutamente diferentes.

La cuestión es que, después de mucha reunión y mucho paso ‘palante’-paso ‘patrás’ por aquello de llevarle la contraria al soberano más poderoso de la época, unos trescientos nobles menores (los nobles «mayores» igual tenían mucho que perder) se presentaron ante Margarita de Parma, Gobernadora de los Países Bajos y hermanastra de Felipe II, y le entregaron, el 5 de abril, un escrito que solicitaba dejar en suspenso algunos de los mandatos del Concilio de Trento, de obligada aplicación en toda la cristiandad. Entre ellos, por ejemplo, abolir la Inquisición (instaurada en los Países Bajos Españoles por Carlos V). Nos dice G. Parker que «el tono de la petición era declaradamente leal, su exigencias visiblemente moderadas» (1), así que hacemos un poder por creerlo.

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Margarita de Parma, en esos tiempos complejos, carecía de instrumentos –es decir, dinero– y los apoyos políticos –es decir, el favor sin fisuras de los nobles– necesarios para hacer cumplir las prerrogativas del Concilio y por otra parte, qué demonio, esas demandas parecían sensatas. Así que, sin encomendarse ni a Dios ni a los santos, redacta una circular que reparte a los magistrados donde, hasta nueva orden, se indicaba que se fuera más indulgente con los herejes.

A los pocos días (el 9 de abril) oficializa la circular presentando ‘Moderación’, un documento que, a la espera de la bendición real, suavizaba las leyes contra la herejía y que distribuyó en secreto por las provincias.

El resumen de tanto papel era que ya no se iba a perseguir a nadie por razón de sus creencias privadas (si bien seguía estando prohibido las reuniones públicas de los protestantes). Eso —pensaría Margarita– devolvería las aguas a su cauce. Con la tolerancia se acabaría de raíz con el problema y aquí paz y después gloria… hubiera sido fabuloso… pero no.

Eso gustó a los moderados que eran muchos pero no todos. Los calvinistas extremistas y la «oposición» cortesana se pasaron la ‘Moderación‘ por el arco del triunfo. Aunque cada grupo movido por sus propios intereses.

Resulta particularmente interesante el caso de Guillermo de Orange, que justamente por aquellas fechas se quejaba amargamente de que su opinión no era suficientemente valorada por su soberano (Felipe II) y que el mundo era un lugar injusto y tal y tal… Que él, en esa tesitura, se iba a su casa de campo y que a ver quien quedaba allí para manejar a los exaltados protestantes que tenían ganas de liarla parda…

El asunto es que la «alta» nobleza (Orange, Egmont y Horn, como cabezas visibles), utilizó el movimiento que estaban generando los calvinistas más extremistas para dar una vuelta de tuerca a la Gobernadora, aprovechando la situación de debilidad en torno a la autoridad de Margarita de Parma para presionarla, y hacer que ésta le solicitara a Felipe II más concesiones a cambio de su apoyo para controlar a los exaltados. Concesiones del tipo «altruista». A saber: Más tierras, más títulos y más dinero. ¡Ah! y que todas las decisiones se tomaran en el Consejo de Estado allí en Flandes (es decir, la cámara que ellos podían «manejar»). Por lo visto hablaron poco de libertad religiosa…

Antes de que las peticiones salieran por carta hacia Madrid, el descontrol ya era evidente. A las pocas semanas de la publicación de ‘Moderación’ ya se oficiaban ritos protestantes públicos en las afueras de las ciudades, donde se congregaban cientos, incluso miles, de personas. Los que debían hacer cumplir la ley se escudaban en que muchos de los que estaban allí eran amigos suyos y que no iban a detenerlos.

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En dos meses el rito calvinista se había extendido como la pólvora… luego, con el calorcito de sentirte seguro y la certeza de que la Autoridad no tenía capacidad de respuesta, se siguió con la ‘furia iconoclasta‘ (en agosto de ese año). Una evidencia clara de la «moderación» de la que hacían muestra los protestantes y que sufrían los propios flamencos tanto católicos como protestantes moderados. Pero allí nadie pió. «A rio revuelto ganancia de pescadores», debieron pensar los Orange, Egmont y Horn de turno que iban ya preparados con la caña.

Mientras tanto, a mil quinientos kilómetros de distancia, Felipe II flipaba: –«¿Cómo puede haberse descontrolado tanto la situación en tan poco tiempo? ¿Pero no ven que la tolerancia no funcionó en Francia?»–. En Francia llevaban por entonces cuatro años de guerra fraticida (católicos-protestantes) que estaba, literalmente, destrozando el país. También intentaron los mandamases franceses con ahínco lo de la moderación, pero fue inútil. Y allí estaban desangrándose y tonteando con la división territorial de Francia.

Luego llegaron los debates en el Consejo de Estado en Madrid, la búsqueda de una respuesta proporcionada y enviar los Tercios, Camino Español arriba… Eso y ochenta años de guerra, que se dice pronto. Y todo para que, cuatro siglos después, el 27% de población holandesa sea cristiana católica, y sólo un 16% cristiana protestante. Para ese viaje no hacía falta tantas alforjas.

Eso sí, un aplastante 48% declara que no pertenece a ninguna religión. Si Lutero, Calvino & company, con las malas pulgas que gastaban, levantaran la cabeza, no había árboles en Holanda para quemar a tanto «hereje» olvidadizo.

El Camino Español

Fuentes:
La religión en los Países Bajos
Lucha contra la reforma en los Países Bajos

(1) «España y la rebelión de Flandes», Geoffrey Parker, pag.68-71

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