La batalla de Gembloux. La batalla que no se podía perder

Frustrado. Traicionado. Zaherido como toro al que lanzan puyazos sin sentido… Así se sentía Juan de Austria. Agraviado, sí, pero también confiado. Sus amados Tercios estaban con él. Habían llegado hacía un par de meses desde Milán (… en otoño de 1577).

Nuestros soldados son de otra pasta, se dijo. Más de cinco leguas diarias (… unos 40 kilómetros diarios) durante treinta días recorriendo El Camino Español para responder a mi llamada. ¿Quién es capaz de hacer eso? Son hombres indomables que todo lo pueden … dignos de la tierra donde nacieron. Una franca sonrisa apareció a la vez que un brillo de orgullo relampagueaba en su mirada.

Además están deseosos por recuperar el prestigio ante su rey por la situación tan precaria en que le dejaron con el episodio del falso saco de Amberes que tan buen rédito sacaron los calvinistas. Están motivados y se llevarían por delante al mismísimo diablo si se interpusiera en su camino. Ese pensamiento le reconfortó y le hizo sonreír de nuevo.

Esa sonrisa duró sólo un instante porque de nuevo cierta rabia contenida le trajo a la realidad de sus pensamientos…

Habían cedido. Habían cedido y lo habían firmado. El mismísimo soberando de Flandes, Rey de España y de medio mundo, mi hermano, había cedido. Y, de acuerdo a sus deseos de paz en sus territorios, se estaban cumpliendo los puntos del Edicto Perpétuo y la Pacificación de Gante, que ellos mismos habían dictado. ¡Pardiez! ¡Incluso los Tercios se habían vuelto a Milán! (… en febrero de 1577) ¿Qué más prueba de buena voluntad querían?

Pero ellos no están dispuestos. Guillermo de Orange no quiere paz. Él, el Taciturno, está obcecado y no dudará en perderlo todo, su fortuna, la vida de sus hijos y la de otra mucha gente que no le importa una higa, todo lo que tenga a su alcance por resarcirse una y otra vez de Felipe II. Venganza, revancha,… Sea lo que fuere, no parará nunca. Ahora lo veo claro. Meditaba hacia sus adentros.

Menos mal que los pocos oídos leales que me quedaban en Bruselas me lo habían advertido: — «Huye de Bruselas. Aquí nadie osa apoyarte. Ni siquiera ser Gobernador General te garantiza nada porque la sombra de Guillermo todo lo abarca. Tu vida corre peligro». ¿Qué podía hacer? , concluyó.

Gracias a los cielos que Luxemburgo se mantuvo leal… y lo de Namur no estuvo nada mal, la verdad. Una sonrisa, amplia y sin tapujos, apareció al recordar cómo con astucia y sin derramar una gota de sangre se había hecho con la Ciudadela de Namur, donde ahora tenía su cuartel general.

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Ese había sido un hecho clave que permitía albergar esperanzas para volver a controlar la situación de rebeldía generalizada en que se había convertido Flandes. Sin embargo, la sensación de orgullo herido no le abandonaba. A ello se sumaba las nuevas informaciones que habían llegado a sus oídos de que un ejército conjunto de las Provincias se acercaba a Namur. Un inmenso ejército de «Gueux» (rebeldes), que superaba en varios miles a sus propias tropas, para, de una vez por todas, hacer desaparecer la Autoridad Real de los Países Bajos.

Ahora, Orange, las cosas están claras. Pensaba el vencedor de Lepanto mientras se ponía los guanteletes…

Ya sabemos todos a qué jugamos. Es lo bueno que tienen las batallas. En ellas no hay opción a las medias tintas que tanto te gustan… meditaba mientras daba pasos firmes hacia la salida de la tienda de campaña, dispuesto a comandar a sus tropas hacia Gembloux.

Juan de Austria lideró a sus Tercios hacia la retaguardia de las tropas rebeldes. La caballería española e italiana acometió don dureza los flancos traseros del enemigo. La sorpresa rebelde fue manifiesta y no tuvieron el cuajo para organizarse adecuadamente en esa tesitura. La debilidad pasmosa del contingente protestante quedó en evidencia y la caballeria hispana olió la flaqueza de ánimo. Nueva carga poderosa mientras llegaban, a marcha forzada, los piqueros y mosqueteros de los Tercios.

Y que quereis que os diga… Los Tercios empitonaron y zarandearon a los protestantes sin contemplaciones, como un toro ‘resabiao’ que está harto de que le toreen. Y es que en aquella batalla, señores míos, se libraron muchas disputas que no quedarán nunca reflejadas en los libros de Historia.

El Camino Español

PD: En Gembloux sigue en pie una capilla. Es una sencilla Capilla octogonal que se llama Capilla de Don Juan de Austria. Fue construida por deseo de los soberanos de los Países Bajos Españoles, Isabel Clara Eugenia (hija de Felipe II) y Alberto, para conmemorar la victoria de los Tercios sobre los protestantes/rebeldes que dejaron diez mil bajas en sus filas por menos de un centenar de las hispanas.

No sabemos si pesaría durante mucho tiempo en el ánimo de Guillermo de Orange, la carga de las muertes de esos compatriotas suyos que él envió a luchar contra su soberano por su propio interés…

1 comentario en “La batalla de Gembloux. La batalla que no se podía perder”

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