Felipe II y la cerveza del Abad de Rochefort

«Es arriesgado, muy arriesgado… pero nunca más se presentará una oportunidad mejor… nunca… jamás», decían que decía Felipe II. Así que lo hizo. Contra toda lógica y contraviniendo el criterio de sus consejeros, le había dicho a Alejandro Farnesio (que tenía a los rebeldes holandeses acojonados, acogotados y acorralados) que se fuera a Francia a repartir candela a los hugonotes (protestantes franceses) mientras él presionaba a los católicos franceses con el objetivo en mente de colocar a su hija Isabel Clara-Eugenia al frente de la corona francesa. Una apuesta arriesgada y difícil. Mucho más para un Rey que pasaba por ser prudente. Pero si salía «bingo»…

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Mientras tanto, en Rochefort, un pequeño pueblo incrustado en los Países Bajos Españoles un abad meditaba sobre el futuro de su Abadía:

— No levantamos cabeza… ¿De dónde sacaremos los recursos que nos permitan salir adelante? ¿cómo vamos a pagar las reparaciones de lo que destrozaron los protestantes? Si seguimos así la propia Abadía amenazará ruina en breve…

Y de eso ya hacía años, en 1566, pero era muy difícil salir adelante cuando la guerra asediaba. Los cultivos, con el clima tan duro de esas últimas décadas, daban lo justo para ir tirando… pero para poco más. En esas tribulaciones estaba el Abad desde hacía tiempo rogando para que Dios (suponemos que el Católico) le iluminara.

¡Ay si salía «bingo»…! Si la apuesta de Felipe II salia bien, resolvía, en plan ‘crack’ y de un plumazo, todos los problemas que le quitaban el sueño: Con una Francia católica y aliada (con su hija al frente), tendría al ‘inglés’ a merced y también a los rebeldes holandeses. Como consecuencia podría dejarle a su hijo (un poco «flojo» de carácter, por decirlo fino) un Imperio cohesionado políticamente por la fe católica, en paz con su enemigo más enconado, Francia, y en posición ventajosa para enfrentarse al resto. A todas luces mucho mejor que la herencia que le dejara a él su padre. Pero no salió bingo… ¡joder… ni línea siquiera!

Los rebeldes holandeses empezaron a ganar terreno mientras el Duque de Parma estaba en Francia. En Francia (protestantes y católicos) aparcaban diferencias (por el momento) para quitarse de encima lo que se les venía encima: Una reina españolísima. Para más cruz, seguía la guerra con Inglaterra (aunque en este caso, la Pérfida Albión estuviera ya pidiendo la hora…). Y todo esto ocurría mientras se apaga el Siglo y también la vida de Felipe II, allá por la última década de siglo XVI…

Con semejante panorama y asediado por la edad, el cansancio y la gota… tiene la energía y la lucidez necesaria para buscar una solución aceptable para que su hijo (y sus súbditos) heredaran algo de paz en el horizonte de sus territorios. Allá va: Casa a su hija Isabel Clara Eugenia (la que no pudo colocar al frente de la corona francesa) con el Archiduque Alberto (sobrino de Felipe II y de raíces alemanas) y como dote entrega Flandes para que sean sus soberanos.

La noticia corre como la pólvora. Llega incluso a oídos de un Abad de Rochefort, que todavía no ha encontrado la solución a su dilema:

— ¡Qué hábil! Como ve que se enquista el problema de Flandes, mantiene la influencia pero se desvincula del territorio. Pronto habremos de ver pasar por aquí a Alberto e Isabel camino de Bruselas.

— Lo que habrá rogado Felipe II para dar con esa solución… A ver si ahora que Dios tiene un poco más de tiempo atiende también mis súplicas. Pensaba el Abad, un tanto divertido por la ocurrencia, mientras ayudaba a cargar unos sacos de cebada y lúpulo para cultivarlos en los campos de la Abadía y por los que sacaban un dinerillo extra para «enmendar algún que otro agujero».

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Es en 1595 cuando el Archiduque Alberto se dirige hacía Flandes para tomar posesión de su cargo de Gobernador como preludio (a la muerte de Felipe) de convertirse, junto con Isabel, en soberano.

El Archiduque Alberto al frente de un contingente de miles de soldados recorren El Camino Español, atravesando los Alpes (con parada técnica en la bella Annecy) para subir por Lorena y Franco-Condado hasta los Países Bajos Españoles. Se detiene también en Marche-en-Fammene (donde Juan de Austria firmó el Edicto Perpetuo) que justamente queda muy cerca de una pequeña Abadía al frente de la cual está un Abad muy trabajador y avispado.

— ¡Qué raros estos españoles!. Le explicaba el Abad a un novicio, que lo escuchaba a duras penas mientras intentaba que el surco que estaba haciendo para plantar las hortalizas de temporada le saliera derecho.

— Vienen aquí, a un país extranjero, a conseguir honra y dineros defendiendo la fe Católica y a su Rey… para encontrar la hostilidad de las gentes a las que protegen, el mal tiempo, una paga insuficiente y muchas veces la muerte.

— Y ahí los tienes, siguen viniendo por miles, cansados después de cientos de kilómetros y muchos días de marcha… sedientos… muy sedientos… dale de beber al sediento…

Para cuando el novicio había terminado el surco, sonriente y razonablemente satisfecho por lo recto que le había salido, el Abad corría hacia la pequeña campana que había en el claustro. Presto la empezó a tocar con energía ansioso como estaba por reunir a todos los hermanos:

— ¡Llevaremos cerveza a las cercanas poblaciones por donde pasa El Camino Español!

Aprovecharemos así el paso de militares y comerciantes que utilizan esa ruta entre Milán y Bruselas para venderles la cerveza que elaboraremos en nuestras propias instalaciones. Les dijo, con evidente alegría y excitación.

Fuera por la venta de cerveza o por la paz que Alberto e Isabel consiguieron con las provincias rebeldes y que había traído prosperidad a todos los Países Bajos Españoles, la Abadía consiguió salir del trance y desarrollar su actividad durante muchos siglos más. De hecho en la actualidad en la Abadía de Rochefort se elabora una excelente cerveza trapense heredera de aquellas que empezaran a elaborar allí en 1595.

El Camino Español

PD: Ciertamente no hay certeza de si fue exactamente así como decidieron en la Abadía de Rochefort empezar a fabricar cerveza. No hemos encontrado información al respecto, así que la hemos intentado adornar un poco. En todo caso a nadie debe pasar inadvertido que el hecho de que miles y miles de hombres casi todos los años recorrieran una ruta establecida era económicamente un aliciente enorme para los comerciantes de la zona. Raro es que los abades dejaran pasar la oportunidad….

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