América, como nombre, nació en El Camino Español

Es muy difícil que a su paso, hacia 1620, por St.Dié-des-Vosgues, en Lorena, los rudos Tercios españoles supieran que en esa pequeña localidad se había puesto nombre a principios del 1500 a todo un Continente. América, el nombre, nació allí en St.Dié-des-Vosgues, etapa del Camino Español. Y se propagó, mediante un fenómeno viral sin precedentes y digno de la Internet del siglo XXI, a toda Europa.

Vaya por delante que Lorena era por entonces (siglo XVII) estado independiente y aliado de España. Una relación en la que ambos ganaban: Lorena tenía una poderoso aliado contra la belicosa Francia y la Corona Española hacía posible una ruta segura para conectar sus territorios (Milán, Franco-Condado y Países Bajos Españoles).

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St. Dié-des-Vosgues, decíamos, era una bonita localidad que formaba parte de El Camino Español que, por una preciosa ruta, partía de Milán pasaba por los Cantones suizos y atravesando el Rhin por Breisach llegaba a Colmar y a esta localidad, antes de pasar a Luxemburgo y Bruselas. Y allí, en medio de la preciosa Cordillera de los Vosgos, alejada de todo, había una Abadía donde un monje la lió parda…

 

Fue un tal Martín Molinero-del-lago-del-Bosque (Waldseemüller, impronunciable el apellido…), fraile de la Abadia de St.Dié-Des-Vosgues. Martín, cartógrafo para más datos, leyó unos escritos (unas sencillas cartas de folio por las dos caras, no penséis…) de un tal Américo Vespuccio que habían sido publicadas quien-sabe-donde y que habían caído, quien-sabe-como, en sus manos porque en ellas relataba sus idas y venidas a la tierras recién descubiertas en Occidente.

Hay que tener en cuenta que la información sobre esas nuevas tierras (recordemos que estamos en el 1500…) llegaban a cuentagotas porque ese tipo información era, lógicamente, confidencial y las filtraciones eran mínimas. Sin embargo, el interés suscitado por el descubrimiento era enorme para los eruditos europeos (al currante estas cosas no le daban de comer…).

Y de entre todos los «pitagorines», este ‘boom’ les resultaba especialmente atractivo a los cartógrafos (que pasaban más hambre que el que se perdió en la isla por aquello de que lo conocido estaba más que cartografiado). Para los cartógrafos aquello era el nuevo maná, así que devoraban cualquier tipo de información que se filtrase y juntaban dos mapas y hacían un tercero con su nombre y apellidos (que eso le mola a todo el mundo desde siempre…) y ¡ala! a imprimir

Por otra parte, para las autoridades españolas, las nuevas tierras se habían convertido en una ciencia. Una realidad que había que descubrir a golpe de financiar duros y arriesgados viajes, explorar, describir, dibujar, cartografiar, siendo pioneros en una tierra extraña y aventurándose en un mundo incierto y peligroso. Una ciencia que debía quedar a buen recaudo porque era mucho el esfuerzo (en hombres, tiempo y dinero) invertido y, aunque el ciberespionaje no estaba inventado, ya apuntaban maneras.

Sin embargo el mejor escribano echa un borrón y el tal Américo, que había participado en algunas expediciones, decidió que unas cartas explicando sus viajes no hacían daño a nadie. Eso y un lenguaje un tanto «creativo» a la hora de narrar sus viajes a los colegas y amigos de la infancia fueron el germen. La cuestión es que esas cartas se convirtieron en un fenómeno viral digno del siglo XXI.

Esas cartas, salidas de Lisboa y Sevilla, se publicaron y «retwitearon» y se volvieron a publicar hasta llegar, a principios de 1505, a una pequeña Abadía perdida en los Vosgos de la Lorena…

El tal Martín Molinero-del-lago-del-Bosque, se quedó tan impresionado con los relatos del buen Américo, que con los mapas que había podido reunir sobre la forma de las nuevas tierras publicó (en 1507) un nuevo mapa al que, sin encomendarse ni a Dios ni a la Virgen, llamó América en honor al autor de las cartas que había leido. Sin pararse mucho a pensar (con un par…) si el tal Vespuccio merecía esa distinción sólo por escribir unas cartas «interesantes» sobre sus viajes a unos amigos (Ya que Martín Molinero-del-lago-del-Bosque no podía verificar la veracidad de lo escrito por Vespuccio. Ni siquiera que fuera protagonista real del relato…)

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Claro que tampoco podemos cargar las tintas sobre el pobre Martín, el Molinero (para abreviar…), al fin y al cabo él era un sencillo cartógrafo perdido en los preciosos montes Vosgos… Fueron aquellos que tuvieron en sus manos el mapa de Martín los que pensaron que América sonaba bien:

— Europa, África, Asia y… América. Ammméeericaaaa… Améeeeeeerica…

Sonaba redondo. Con cuajo. Nuevo fenómeno viral (… lo del facebook se queda pequeño).

En unos pocos años quedó fijado en el Centro y Norte de Europa un nuevo nombre para lo que se estaba destapando como un Nuevo Mundo. Ya no habría vuelta atrás…

A todo esto, el bueno de Américo, ajeno totalmente al asunto, se había nacionalizado español (concedido por la Reina Juana de Castilla en 1505 por sus servicios pasados y futuros) para poder entrar a formar parte del elenco más potente y preparado de la época (y donde sólo españoles tenían acceso) en todos aquellos ámbitos relacionados con la navegación: La Casa de Contratación de Sevilla.

El pobre Martín, el Molinero, años después intentó enmendar el error (cuando fue consciente de él) en otros mapas y escritos que ya no se twitearon tanto… ya era tarde. Murió con la pesadumbre de que su mayor logro como cartógrafo estuviera basado en una cag… esto… en un error. Fue en 1520, justo cien años antes de que los duros Tercios Españoles recalaran en la población de St.Dié-Des-Vosgues, la madrina de América, camino de Bruselas.

El Camino Español

PD: Américo Vespuccio murió en 1512 sin saber que unas sencillas cartas suyas escritas para sus amigos y conocidos habían generado una de las palabras más hermosas y utilizadas de todas las épocas: América.

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