Flota de Indias Amenazada (IV): … hacia la boca del lobo

La Flota de Nueva España llegó a las Canarias según instrucción recibida en La Habana (Flota de Indias Amenazada II). En ese mismo despacho se informa que una flota inglesa les estaba esperando. Allí, en las Canarias, recibiría nuevas instrucciones. Sin embargo las únicas instrucciones que había allí, que estaba ya caducas, decían que fuera hacia Cádiz… a la boca del lobo.

Flota de Indias. Océano Atlántico entre las Canarias y Cádiz. Febrero de 1657.

— de mal en peor… No es suficiente con meternos en la boca del lobo, ¡¡que encima arrecia un temporal!! Le gritaba un marinero a otro mientras amarraba las velas intentando guardar el equilibrio.

El Almirante Egüés, que desde el puente oyó el comentario, intentó no pensar en ello mientras se concentraba en otear el horizonte. Misión casi imposible, por otra parte, por las pésimas condiciones climatológicas.

Un grito potente, firme, sin dudas, se sobrepuso a la lluvia y al golpear duro de las olas recias contra el casco…

— ¡¡Vela a estribor!! ¡¡Vela a estribor!!

Como por arte de magia salieron hombres a borbotones por escaleras y trampillas. Y por sus caras bien se podría decir que llevaban el corazón en un puño.

— ¿Una o varias? Preguntó con voz fuerte el Almirante
— Una, señor, a unas 3 leguas. 4 a lo sumo, Señor.

Al poco todos respiraron tranquilos. El bajel era amigo y venía directo hacia ellos. En unas horas ya les había dado alcance. Y no era para menos, porque el Gobernador Dávila tenía un despacho urgentísimo para el Almirante.

El Capitán del bajel pensó en las palabras del Gobernador mientras, aliviado, hacía entrega del despacho a Egüés: Te va la vida, le había dicho. De dominio público era que Dávila no se andaba con chiquitas. Se las había enjuagado en los Tercios de Flandes durante años y no le gustaba ‘de tontear’… Nunca había forzado tanto su barco. Y éste se había comportado magníficamente, se dijo, orgulloso.

El Almirante leyó el despacho con rapidez. Miró a su subalterno y con voz firme y tranquila, dio orden de virar y dirigirse al puerto de Santa Cruz. Las órdenes no se hicieron esperar y menos aún las maniobras de los marineros. Una mirada y un ligero gesto de reconocimiento y gratitud con la cabeza, del Almirante hacia el capitán del bajel, relajaron el ambiente. Incluso apareció alguna tímida sonrisa. Al fin, algo de buena suerte… pensó.

O no. Porque el documento le informaba de que había llegado información a Dávila que una flota de más de sesenta naves inglesas, al mando de un tal Robert Blake, habían partido de las Islas Madeiras para bloquear las costas españolas y especialmente Andalucía. Dávila le exhortaba a volver a Tenerife y a asegurar la preciada carga.

El 1 de marzo Egüés, con la Flota de Indias, recalaba de nuevo en el puerto de Santa Cruz.

La situación era grave y la primera decisión era hacer partícipe al Rey, Felipe IV, de ella. En la carta que escribió le contaba al monarca las vicisitudes de la flota hasta el momento y argumentaba la decisión que iba a tomar al respecto: Desembarcar la carga en el puerto de Santa Cruz y, con ayuda del Gobernador de la plaza, prepararse para su defensa (La carta tardaría 25 días de llegar al rey… luego la respuesta que tardaría lo mismo, más o menos,… Qué difícil se antoja gobernar un imperio en esas condiciones).

Mediados de marzo. Puerto de Santa Cruz de Tenerife.

El trabajo era descomunal. Las bodegas estaban llenas a rebosar, de plata sí, pero también de otros muchos productos de todo tipo. Se requerían de muchos brazos para descargarla, y más para hacerlo con la agilidad que demandaban las circunstancias. Luego había que llevarla, tierra adentro y cuesta arriba, hasta la ciudad de La Laguna (a 7 kilómetros de distancia). Como la población de Santa Cruz no aportaba suficientes almas para el menester, se requirió ayuda a otras poblaciones cercanas (personas, mulas, carretas,…).

La gente no escatimó solidaridad. En el fondo sabían cómo acaban estos ataques, que se parecían mucho a los que llevaban a cabo los piratas. Primero se atacaban los barcos, luego el puerto y finalmente, con toda la resistencia vencida, se arrasaban las poblaciones y a las personas.

Tanto el Gobernador de las Canarias, Alonso Dávila, como el Almirante de la Flota, Diego de Egüés, sabían que el riesgo de desembarco era muy elevado. Estaban seguros de ello. Así que trazaron un plan de defensa de la Plaza. La avanzada edad de Dávila hizo que delegara en su Lugarteniente, Bartolomé Benítez de la Cueva, también experimentado soldado de los Tercios de Flandes, la materialización de la estrategia.

Éste no tardó mucho en informales de que ya estaban desembarcando los cañones que no fueran utilizados en los barcos para reforzar la plaza, y que había contabilizado un total de 99 cañones. Entre ellos, informó de la Cueva, uno de bronce que cargaba balas de 36 libras (unos 16 kilos…).

El cañón Hércules, le llamamos. Dijo con un punto de orgullo en la voz y dirigiéndose al Almirante con la mirada.

Alonso Dávila, que en su paso por las guerras europeas había oído hablar del tal Blake, pensó que tal vez algunas de las balas de ese cañón se le atragantaran al que llamaban, General del Mar.

El bullicio en el puerto era notable. Más que eso. Nadie recordaba tanto movimiento de gentes en los muelles o de barcos pequeños descargando a los galeones. Con tanto trajín era difícil que alguien se fijara en un bajel que recorría la bahía con lentitud. Tampoco en su capitán que miraba distraídamente los preparativos de los españoles… Las descarga de las bodegas, el movimiento de las piezas de artillería…

Tal vez mirara distraídamente, pero mientras lo hacía, memorizaba las posiciones de los barcos, el número de cañones visibles, las defensas del puerto,… toda aquella información que pudiera ser de interés para alguien que él sabía que estaría encantado de recibirla… Aunque no sería gratis. Mientras desplegaba velas para salir definitivamente del puerto, pensaba en la cantidad que pediría por tan magnífica información. 100 libras esterlinas. Era mucho, sí, pero la información bien las valía, se dijo.

Flota Inglesa. Bahía de Cádiz. Mediados de Abril de 1657

El bloqueo a la Bahía de Cádiz se mantuvo mientras esperaban la llegada de la Flota de Nueva España. Tensa espera que a medida que transcurrían las semanas obligaba a los mandos a entregarse a fondo para mantener la disciplina.

Rompió la monotonía un bajel que se acercaba a los ingleses como un gatito se acerca una manada de hienas hambrientas. Con cuidado. Se aproximó al buque insignia sintiéndose amenazado por cien bocas negras dispuestas a devorarlo a la menor señal de debilidad.

El Capitán de la pequeña embarcación venía de Santa Cruz de Tenerife y estaba dispuesto a dar una magnífica información al Almirante de la Flota. Por cien libras. Eso se lo dijo a Robert Blake ya en persona y antes de empezar a dar la información. Sandlington, que así se llamaba el capitán, se guardó la abultada bolsa, y desdobló un papel donde había hecho un croquis del puerto de Santa Cruz con la posición de los navíos y cañones. Les contó con todo lujo de detalles cómo el cargamento había sido desembarcado y transportado y cómo la ciudad estaba presta a defenderse.

No esperarían más, decidió Blake. Ese mismo día zarparían buena parte de la flota británica rumbo a las Canarias.  22 navíos de guerra eran los elegidos: Speaker, Lyme, Lamport, Newbury, Bridgwater, Plymouth, Worcester, Newcastle, Foresight, Centurion, Winesby, Maidstone, George, Bristol, Colchester, Convert, Fairfax, Hampshire, Jersey, Nantwich, Swiftsure y Unicorn.

En el trayecto, que duró poco más de 5 días, se llevaron a cabo una serie de reuniones de trabajo para abordar las diferentes opciones de ataque con la información que tenían. No lo veían claro, pero Blake sí: Llegada al puerto, barrido general de los navíos y fortalezas con su superior potencia de fuego, desembarco, captura del tesoro allí donde esté y salida hacia tierras portuguesas y luego a Inglaterra. Fanfarria y alegría.

España, decía Blake, tiene a sus flotas entretenidas. No podrá llegar a tiempo con refuerzos suficientes por mar. Y tampoco por tierra, por aquello de que es una isla. Sonrió al hacerle gracia su propio comentario…

El argumento principal de los disconformes se basaba en que la flota no tenía fuerzas de desembarco. No estaban preparados para ello. Blake no dio opciones. Cromwell quiere el cargamento de la Flota de Indias y eso es lo que tendrá. Él era un militar de tierra y sabía cómo dirigir un desembarco incluso en aquellas condiciones. ¡¡Si hasta había escrito libros al respecto!!

Los navíos Plymouth y la Nantwich, se adelantaron con el fin de comprobar la presencia de la Flota de Indias en Santa Cruz, así como la disposición física de ésta. Las conclusiones que se extrajeron de esa comprobación marcaron la estrategia a seguir: Utilizaremos la misma táctica que en Puerto Fariñas (Port Farinas, le llamaban ellos…) contra la Berbería hace un par de años.

En Puerto Fariñas (actual Túnez) el ataque se inició a las 8 de la mañana. Una primera línea entró en puerto y atacó los barcos amarrados allí, poco después una segunda línea inglesa hizo su entrada para anular las fortificaciones costeras. A las 11 de la mañana, en tres horas escasas, la plaza era inglesa.

Los españoles, sin embargo, habían dispuesto dos hileras de barcos que protegían la bahía junto con la línea de fortalezas, una, con los barcos más pequeños y muy pegada a la costa y la otra, dispuesta más adelante, conformada por los barcos de más porte y mayor potencia de fuego, para defender el conjunto. Aún así, pensó Blake, son 100 bocas de cañón contra 1100. No tienen nada que hacer.

Tal vez debería haber pensado Blake que España protegía costas en cuatro continentes desde hacía más de siglo y medio de gente como él. O que los que poblaban y defendían la isla no eran ni tunecinos, ni holandeses, ni ingleses… Eran españoles, canarios para más datos, y no era la primera vez que les atacaban.

Ninguna de las dos ideas acertó a pasar por su cabeza. Por eso pasó lo que pasó…

El Camino Español

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