La alargada sombra de los Tercios. Drake y Hawkins. La América española en juego… (y 3ª parte)

Ya era mala suerte… pensaba Drake. Mientras tanto el soldado mulato, que se había pasado al bando inglés, le explicaba que, quien estaba organizando la defensa de Panamá, era Alonso de Sotomayor. Un experimentado veterano de los Tercios, oficial con el Duque de Alba en Flandes… A Drake se le iban aflojando las carnes y apretándosele el cu… esto… el cuerpo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser? Se repetía hacía sus adentros una y otra vez…

—¿Y del Perú lo han enviado? ¿Del Perú a Panamá? le preguntó al mulato. Éste asintió tan decidido que parecía que supiera mismamente dónde estaba el Perú.

Y si han traído un jefe de los Tercios desde el Perú… ¿qué puede tardar que envíen un Tercio entero?, se preguntó hacia sus adentros Drake. Pero no hay marcha atrás. Concluyó. Además, hemos desembarcado en Nombre de Dios casi sin resistencia. Tal vez Alonso de Sotomayor esté al frente pero cuenta con poca gente de guerra (punto que corroboró el mulato) como para enfrentarse con posibilidades a los mil quinientos soldados con los que contamos.

Supo también por el mulato que Sotomayor estaba, en ese momento, protegiendo el acceso a la ciudad de Panamá por el río Chagres (que él tenia previsto recorrer con las barcazas que traía desde Inglaterra), así que ordenó que las tropas no se demoraran y recorrieran el Camino Real hacia Panamá mientras ellos aprestaban los barcos y preparaban la entrada por la desembocadura del Chagres.

No sabía Drake, ni lo supo nunca, que Alonso de Sotomayor tenía otro as en la manga: Con él estaba el ingeniero Bautista Antonelli (perteneciente a una saga familiar de ingenieros a la que el Rey Felipe II confiaba la construcción de fortalezas de su Imperio) que estaba en Panamá para fortificar la cercana e incipiente Portobello.

TSR_panamaPoco antes del desembarco de Drake, Sotomayor y Antonelli habían recorrido el camino que separaba Nombre de Dios y la ciudad de Panamá, el Camino Real, para encontrar un punto desde el que poder defender con garantías la ruta: La loma de Capirilla. A mitad de camino entre Nombre de Dios y la Ciudad de Panamá, objetivo de La misión.

Con troncos y zanjas, los poco más de setenta hombres de Juan Enríquez, fortificaron la posición bajo las indicaciones dadas por Antonelli. Aún estaban en ello cuando conocieron la noticia del desembarco de Drake de boca de los que venían de Nombre de Dios (y que habían ofrecido una tímida resistencia a los ingleses, tal y como ordenara Sotomayor) antes de retirarse hacia la ciudad de Panamá. Dándoles agua y comida y deseándoles buena suerte (y agradeciendo al cielo no estar en su pellejo… 70 contra 1500…) les dejaron, atareados como estaban…

Los españoles detectaron el avance de los ingleses horas antes de que llegaran cerca de la loma. El avance de éstos no era fluido (varios días tardaron…). El camino era estrecho debido a la espesa vegetación y daba, escasamente, para que transitara un carro y poco más. En esas circunstancias el factor numérico importaba… pero no tanto. Aunque casi peor era la humedad y el calor que dejaba exhaustos a los hombres, en absoluto acostumbrados al clima americano en tierra…

Mientras tanto Enríquez y los suyos preparaban a conciencia la defensa. Muchos de los que allí estaban habían servido en los Tercios y sabían qué tenían que hacer. Era habitual que los soldados de los Tercios, una vez licenciados, rehicieran su vida en América acelerando el proceso de hispanización (al igual que los soldados romanos participaron en la romanización de Hispania). Así que sí, los Juan Enríquez, los Diego Juárez de Anaya o los Pedro de Quiñones y con ellos los más experimentados soldados de ese reducido grupo, formaban la primera linea de defensa. Habían aprendido en Flandes cómo hacer un disparo coordinado o recargar con rapidez y sin perder el pulso ante la acometida del enemigo. Y eso no se olvida. En la primera rociada cayeron muchos ingleses. Y siguieron cayendo, porque el espacio para acceder a lo alto de la loma era limitado, los disparos españoles certeros y su cadencia voraz. Los que conseguían alcanzar el improvisado fuerte, eran atravesados con las picas. Suma y sigue…

El primer combate duró dos horas. Dos largas horas. Y no fue mejor para los ingleses el segundo intento. No les faltó coraje ni valor, eso hay que reconocérselo pero hasta quinientos ingleses habían dejado la vida en la loma de Capirilla en lo que llevaban de día.
Drake me sacará la piel a tiras cuando se entere de esto, pensaba el Coronel Baskerville, mientras lanzaba órdenes en voz queda para agrupar con sigilo a su exhausto, aunque todavía numeroso, ejército y preparar el último y definitivo asalto al fuerte. Están al límite, se dijo el Coronel. Este maldito calor, esta humedad…

Un inglés veterano de la guerra de Flandes fue el primero en escucharlos. Cerró los ojos para concentrarse. Sí, eran tambores… pero no conseguía distinguir… Giró la cara para orientar el oído. Cuando reconoció el sonido, mudó su rostro. Se le heló la sangre. Pífanos… ¡¡Los Tercios!!. A los pocos segundos, con el silencio propagado por las filas inglesas, todos oían claramente la dulce música que anunciaba muerte. La suya.

El soldado mulato, ese que se había pasado a las filas inglesas, oyéndolos, se acerca al Coronel. Es mejor volver, le viene a decir. Esos clarines son los del Capitán Liermo, le dice. Lo sabe porque ha servido con él. Es soldado valeroso e inteligente, le apunta el mulato al Coronel, es seguro que viene con refuerzos, con Alonso de Sotomayor y quien sabe si con los mismísimos Tercios traídos de Flandes, que estos españoles…

Para cuando el Capitán Hernando de Liermo y sus, únicamente, cincuenta hombres llegaron al fuerte, los ingleses habían hecho de la retaguardia vanguardia y se dirigían, más bien rapidito, hacía Nombre de Dios. Los defensores de Capirilla estaban descojonados de la risa cuando llegó Hernando con su Tercio de cincuenta españoles. Ellos, esperando un infierno, no acaban de entender tanto júbilo y tanta risotada. Enríquez, herido de arcabuzazo en un brazo pero feliz por la ayuda caída del cielo, saludó con alegría a Hernando explicándole lo sucedido: Sus tambores y pífanos habían dado la puntilla al toro inglés. Con las mismas se pusieron manos a la obra para asegurar el fuerte (por si los ingleses volvían…) y enviaron un grupo de soldados a forzar a que los ingleses volvieran a sus barcos a la velocidad debida.

Y ese punto, señores míos, fue el más «cercano» que estuvo la mayor escuadra inglesa enviada hasta entonces a América, con Drake y Hawkins al frente (y su graciosa majestad, Isabel de Inglaterra), de cumplir con el propósito de amenazar permanentemente la América Española.

Aunque el periplo de los ingleses no acaba aquí…

El resultado de la batalla es un mazazo para Drake que, por mucho que le explican, no entiende como setenta hombres han podido detener a mil quinientos. Está hundido. Necesita pensar. Pero no en tierra, donde se siente vulnerable. Así que levan anclas y se adentran en el mar, que le parece el lugar más seguro del mundo (todavía no sabían lo de la flota española que andaba a su caza…).

A bordo, en los barcos, los heridos que reclaman atención y la limpieza de sus heridas. Antes de acometer la batalla final en el río Chagres, donde espera Alonso de Sotomayor, Drake intenta rehacer su maltrecha tropa (maltrecha física y anímicamente…) para atacar el Chagres. Pero los días se convierten en semanas porque el calor lo complica todo, las heridas no sanan, escasea el agua y la que queda se pudre por las altas temperaturas… Y ni hablar de tocar tierra donde esperan los españoles. Las enfermedades aparecen, el aire se hace irrespirable, los hombres mueren… Y Drake tampoco no sale indemne de esa batalla. Muere a las puertas de Portobello (un 28 de Enero de 1596) dicen que de disentería por consumir agua en mal estado. Puede ser. Ya lo dicen, ya: Al enemigo ni agua.

No se sabe, a ciencia cierta, cuales fueron sus últimas palabras pero, vista su aventura americana, para nosotros sólo hay seis posibles que pudiera exhalar Drake con sus últimas fuerzas: Maldito clima, maldita América… malditos españoles…

El Camino Español

PD: Drake fue «enterrado» en las aguas cercanas de Portobello y la población (unas pocas casas en realidad, porque era incipiente su creación) fue destruida como muestra de poder o algo así… Los ingleses, dirigidos por el Coronel Thomas Baskerville que comandara las fuerzas terrestres en Capirilla, tomaron rumbo a Inglaterra. Claro que en la Isla de Pinos, en Cuba, donde pararon para abastecerse y reparar los barcos antes de atravesar el Atlántico, les dio caza la flota española de Bernardino de Avellaneda y Juan Gutiérrez de Garibay (un 11 de marzo de 1596). De este último encontronazo salieron también escaldados los ingleses porque les pilló por sorpresa.

A Inglaterra regresaron 8 barcos de los 28 que salieron y quedaron por el camino más de tres mil ingleses (que se dice pronto…) de los cuatro mil quinientos que salieron. (Lógico que se lo pensaran durante más de ciento cincuenta años antes de volver a intentarlo).

Alonso de Sotomayor, esperó durante semanas la llegada de Drake por la desembocadura del Chagres para enfrentarse a él. Un enfrentamiento que nunca se dio porque su estrategia de defensa de Panamá le dio la victoria sobre Drake sin ni siquiera enfrentarse directamente a él.

El relato al completo:

1ª parte: Drake y Hawkins: La América Española en juego…

2ª parte: Al enemigo ni agua. Drake y Hawkins: La América española en juego…

y 3ª parte: La alargada sombra de los Tercios. Drake y Hawkins. La América española en juego…

7 comentarios en “La alargada sombra de los Tercios. Drake y Hawkins. La América española en juego… (y 3ª parte)”

  1. antonio herrero garcia

    De verdad una hazaña increible , es un clima muy duro de aguantar para ellos tanto calor…bueno en Benidorm si aguantan con una cervecita al lado .

    1. caminoespanol

      Muchas gracias José. No me atrevería yo a llamarlo lecciones, pero agradezco el comentario. La España actual también tiene muchos méritos que contar. Solo que igual hay que esperar unas decenas de años para concluir qué hicimos bien y que no. Un cordial saludo

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