Etapa 6 – Baccarat – Bouzonville. La etapa reina

Es cierto que sabíamos que sería dura. Pero no tanto, la verdad. Hemos pasado a la vez y cogiendonos la mano, el letrero que marcaba la entrada a Bouzonville. Llegábamos a la meta de hoy y hacerlo juntos era una manera adecuada de dejar patente que la etapa ha sido, con mucho, la más dura de las que llevamos.

Hemos vuelto a salir a buena hora y para las 9:50 ya habíamos recorrido los primeros 22 kilómetros (hasta Blamont). La cosa pintaba bien. El cielo estaba un poco encapotado pero tenía la pinta de aguantar (LA se ha puesto crema en todo caso… ;-)) e incluso despejarse y aunque la etapa completa eran teóricamente 114 kilómetros por delante íbamos por buen camino.

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Además de sellar la credencial, nos paramos en un taller mecánico para que nos echaran un cable por si tuvieran un compresor de aire para inflar las ruedas que estaban un poco bajas.  No solo dejan que lo usemos sino que, cuando les pedímos grasa para la cadena (puestos a abusar…), nos ayudan a ponerla.

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Mucha gente maja en Francia, de veras. Con ganas de ayudar y de facilitarte la vida. De inicio puede ser que parezcan un poco distantes pero luego han resultado ser personas agradables, sonrientes y con ganas de ayudarnos. Una gozada, claro.

Una vez dejado atrás Blamont empiezan las complicaciones. Para empezar el tramo tan largo de «Enríques» que tenemos que superar. Kilómetros y kilómetros de cambios de rasante con lo que sufren las piernas con ese ritmo tan variable. Luego los cachalotes. Que así llamamos a los camiones cuando queremos avisar al otro de que vienen (para evitar asustarse al pasar cerca de uno): ¡¡Cachalote!! y brummmm , te rebasa a un metro y medio una bestia de nosecuantas toneladas  como alma que lleva el diablo mientras te aferras al manillar (mano de santo el espejo retrovisor para ésto).

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Ejemplo «Enrique’

Estas dos situaciones complican el avance porque no puedes concentrarte en el ritmo (por culpa de los Enríques…) y con los cachalotes debes estar muy atento a tu alrededor. En resumen, pedaleamos juntos pero  la etapa se hace mas tediosa porque no puedes conversar.

Así que estas «solo». La bici, tu y la carretera. Y esa es otra. La carretera es de un asfalto basto que agarra mas la rueda y ralentiza el avance, necesitando además mayor esfuerzo para mover el desarrollo.  Así han transcurrido muchos kilómetros. Muchos. Pero es en Vergaville (con 60 km de etapa) donde de veras ha empezado nuestra travesía del desierto. Era ya hacia la una, hora de comer y  allí no había sitios donde poder hacerlo (ni abiertos ni cerrados). Malo. Seguimos avanzando hasta el siguiente pueblo. Todo cerrado. Al siguiente. Cerrado. Rebuscamos en las mochilas para ver con que pasábamos el apretón. Algo encontramos pero insuficiente de todas, todas.

Canal cerca de Vergaville
Canal cerca de Vergaville

Finalmente decidimos avanzar hasta Grostequin a ver si había suerte y podíamos comer algo. No la hubo. No solo eso sino que la ruta que teníamos prevista no podíamos seguirla porque era de tierra y estaba en muy mal estado. La otra opción, la carretera  local alargaba el recorrido… Y nosotros sin comer, con las tripas rugiendo y sin energía para quemar pedaleando.

Cuatro de la tarde y todavía quedaban 50 kilómetros… O lo que es lo mismo llevábamos 90!! Al menos no llovía! Aunque lo haría luego…

Debíamos ir a Faulquemont y a eso nos pusimos con más pena que gloria. Allí empezó a cambiar nuestra suerte de manos de una señora que, cuando preguntábamos un sitio para comer, nos indicó una ‘boulangerie’ donde se podía comer bien y barato. De hecho se adelantó y se fue hacia la ‘boulangerie’ para que nos atendieran bien (la cara de hechos polvo que llevaríamos), se ocupó de buscarnos un sitio seguro para las bicis y me ayudo con los lugares donde conectar los cargadores para el móvil y el gps. Vamos un sol.

Fue aquí donde después de comer un buen bocadillo (sándwich le llaman allí), eché una cabezadita de 4′ que me supo a gloria. Mientras tanto LA le echaba interesado un vistazo a una revista de tatuajes… Cuando salimos de allí eran las cinco y seguían faltando 40 km.

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Pero ya nada mas enturbió nuestro avance. Ni siquiera el conato de lluvia que desapareció al poco. Hubiera dado lo mismo. Ya teníamos cogido de nuevo el ritmo y no lo soltaríamos en las dos horas que quedaban. A las siete llegábamos juntos a Bouzonville, después de 130 kilómetros. La etapa reina de la Milán-Bruselas de este año ya era historia.

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El Camino Español

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